Existen muchos casos bien documentados en la industria farmacéutica que informan sobre serios problemas de reproducibilidad, con algunos análisis que encuentran que más del 75% de los estudios publicados no pueden ser replicados. Es cierto que la industria farmacéutica tiene la responsabilidad de no tomar los hallazgos académicos al pie de la letra, sino de cuestionarlos y validarlos, como debería hacer cualquier buen científico. Sin embargo, los incentivos internos en la industria farmacéutica crean sus propias distorsiones. La estructura es jerárquica: los científicos de nivel inferior realizan experimentos e informan los resultados a sus gerentes, y su desempeño se juzga en gran medida por cuán satisfechos están esos gerentes. La alta dirección, a su vez, a menudo tiene objetivos de medicamentos o proyectos en los que están financieramente y reputacionalmente invertidos, pero esas prioridades deben ser justificadas, especialmente cuando nuevos estudios académicos sugieren direcciones alternativas. Eso deja a los científicos de laboratorio en una posición difícil. En realidad, los experimentos a menudo no funcionan o no se reproducen, no porque el trabajo original fuera defectuoso, sino porque la ciencia en sí es difícil: es más fácil que un paso salga mal que que todo salga bien, muy parecido a seguir una receta de cocina complicada. Pero bajo presión y con tiempo limitado, a menudo es más fácil informar que los experimentos no funcionaron o no se reprodujeron. No es necesariamente deshonestidad; es un reflejo de una cultura de entrada y salida donde el objetivo es terminar la tarea, registrar algo aceptable y pasar a la siguiente.