Bitcoin hace que el oro se parezca a la pelusa del ombligo de tu abuelo. 5.000 años de excavar rocas brillantes del suelo, pulirlas y luego pagarle a otra persona para que las protegiera en otro agujero. No cede, no se mueve, simplemente se queda allí acumulando polvo y decepción. Bitcoin tomó esa misma escasez, eliminó a los intermediarios y lo hizo teletransportarse a la velocidad de la luz. El oro es el caballo. Bitcoin es el motor. Solo uno todavía necesita una silla de montar.