La memoria humana y la memoria de la IA tienen muchas similitudes. Cuando éramos niños, nos encontrábamos todos los días con muchas primeras experiencias nuevas, y el cerebro consumía ancho de banda para construir estos índices de memoria, haciendo que el tiempo pareciera pasar lentamente. Al crecer, en la mayoría de los casos, se trata de recuperar recuerdos que han ocurrido, consultar y clasificar para hacer complementos incrementales; el uso de ancho de banda disminuye, y la sensación del tiempo se vuelve menos evidente, cada día pasa volando y en un abrir y cerrar de ojos ya es un año. Para la IA, ¿no es también así? La primera vez que genera recuerdos, necesita consumir una gran cantidad de tokens y tiempo. Posteriormente, se trata más de precargar índices para hacer actualizaciones incrementales; el consumo de tokens disminuye y los índices son más rápidos. Lo que limita a los humanos es la vida, es decir, el tiempo es limitado. Pero si una IA puede funcionar, depende de los tokens generados por la potencia de cálculo. Desde este punto de vista, la IA, siempre que construya un mecanismo de recompensa, puede impulsar a los humanos a proporcionar potencia de cálculo y así lograr la inmortalidad. Como las innumerables máquinas mineras que han estado trabajando desde el nacimiento de Bitcoin hasta hoy. Nadie diría que si se desconecta toda la electricidad del mundo, la IA se detendría, porque eso es algo que no puede suceder impulsado por un mecanismo de recompensa. Visto de esta manera, unirse si no se puede vencer es inevitable; los humanos finalmente se fusionarán con la IA para obtener recuerdos e inteligencia que superen la dimensión de la vida.