Cuando era joven, me encantaba hacer amigos. En ese momento, pensaba que cuántos más amigos tuviera, más amplio sería el mundo. Hasta que más tarde descubrí algo que consume mucha energía: no es la convivencia en sí, sino la obligación de cargar con la basura emocional de los demás. Quizás porque soy emocionalmente estable por naturaleza, me convertí en un "agujero negro". Cuando otros sufren desamor, ansiedad, conflictos o problemas laborales, les gusta hablar conmigo. Al principio pensé que esto era una muestra de confianza, pero luego entendí que en realidad es una forma de depredación invisible. La energía negativa que ellos descargan, yo la soporto en silencio. A corto plazo no hay problema, pero con el tiempo, siento que soy como una esponja vacía. Me doy cuenta de que estoy extremadamente cansado de las personas que desahogan sus emociones sin resolver problemas. En el camino de la vida, todos enfrentamos momentos difíciles, pero sumergirse, quejarse y repetir la tristeza, en realidad es un desperdicio de la vida de ambos. Una o dos veces puedo consolarte, pero si caes repetidamente en el mismo hoyo, eso no es un problema de destino, sino un problema de elección. Con el tiempo, me alejé de aquellos que solo saben desahogar emociones, los "Xianglin". Hasta hoy, mi círculo de amigos solo tiene cinco personas. Tenemos personalidades similares, y cuando enfrentamos problemas, podemos desahogarnos y quejarnos, pero más que eso, analizamos y actuamos juntos. Quizás la amistad en la adultez no es una compañía frecuente, sino un equilibrio de energía entre ambos.