El día que nació mi hija menor coincidió con el mismo día en que Trump anunció aranceles recíprocos a China. El arancel esperado del 125 por ciento casi congela el comercio entre China y Estados Unidos de la noche a la mañana. Los barcos ya en el mar no podían atracar, y los activos de riesgo global se estrellaban. Por supuesto, ella no sabía nada de nada de todo esto. No tenía ni idea de que ni siquiera la fórmula pudiera encarecerse en el futuro, y no tenía forma de prepararse. Al mismo tiempo, otros detalles no relacionados con la guerra comercial pero igualmente simbólicos de esta época se desarrollaban discretamente. Por ejemplo, el primer juguete de mi hija fue un pequeño robot que construí yo mismo con la API de ChatGPT dentro, pero ella solo hace pequeños ruidos y no tiene forma de comunicarse con él. Su primera pertenencia en la vida fue su certificado de nacimiento. La segunda fue una cartera de hardware. Y últimamente, alrededor del ochenta por ciento de la comunicación en casa se ha reducido a preguntas como "¿Comiste bien?" y "¿Dormiste bien?", porque todos los demás temas que tenemos que tratar ahora se delegan a Claude, Deepseek o Gemini. Está claro que el mundo avanza de formas que ninguno de nosotros puede predecir del todo, y familias como la nuestra inevitablemente formarán parte de este enorme cambio global.