En 1978, Mary Vincent, de 15 años, subió a lo que pensaba que era un viaje seguro en una carretera de California, y se encontró directamente en una pesadilla. Su conductor, Lawrence Singleton, de 50 años, la atacó con una brutalidad inimaginable, y cuando temió que ella pudiera escapar, tomó un hacha y le cortó ambos brazos. La arrastró a un alcantarillado remoto, la arrojó por el borde y se alejó creyendo que había borrado a un testigo para siempre. Pero Mary se negó a morir en el lugar donde la dejó. Apenas consciente, desangrándose, hizo lo que nadie podría imaginar: empacó sus propias heridas con barro para detener la hemorragia, se sacó a sí misma del barranco y caminó, milla tras milla, sosteniendo sus brazos cortados en alto para que sus músculos no se derramaran. Tres millas más tarde, una pareja la encontró al costado de la carretera, luchando por cada aliento. Su valentía no solo le salvó la vida. Capturó a su atacante. Su descripción llevó a la policía directamente a Singleton, quien fue condenado a solo 14 años y cumplió solo ocho por "buena conducta". El mundo estaba indignado... y con buena razón. Porque diecinueve años después, Singleton mató a otra mujer. Una tragedia que nunca debió haber ocurrido, y una que finalmente empujó a los legisladores a aprobar el Proyecto de Ley Singleton, que pone fin a la liberación anticipada para los criminales que cometen actos de tortura. Mary Vincent no solo sobrevivió a lo imposible. Cambió la ley, salvó vidas futuras y demostró que incluso después de la crueldad más oscura, la fuerza puede surgir de las ruinas. © Reddit #drthehistories