La degeneración, la lujuria y la pasión, odios y miedos, se infiltraron en las almas de Grecia y Roma, y la Magia Negra oscureció Egipto; la luz sobre el altar se debilitó cada vez más. Los sacerdotes perdieron la Palabra, el nombre de la Llama. Poco a poco, la Llama se apagó, y cuando la última chispa se enfrió, una poderosa nación murió, enterrada bajo las cenizas muertas de su propio fuego espiritual.